Quimera, núm. 453, septiembre 2021
Al actual lector de
novela negra, abrumado por la oferta de novedades que copa anaqueles y
expositores de librerías y reseñas en suplementos culturales, le pueden haber
pasado inadvertidos algunos auténticos clásicos que, por diversas razones, han
quedado sepultados bajo esta sobreabundancia de publicaciones. Las causas
pueden ser muchas, desde el hecho de no haber despertado el interés de los
lectores ni la atención de la crítica en su momento, hasta los vaivenes y
tendencias del mercado o las políticas editoriales. En este artículo me limitaré
a tres autores norteamericanos de los setenta, publicados aquí durante el
período de tiempo comprendido entre el final del boom editorial de la década de los ochenta y la avalancha nórdica
que siguió al «efecto Larsson».
Clásicos que pueden devolver al lector el gusto por la buena literatura frente
a tanto subproducto adocenado.
Un caso paradigmático
sería el de Jerome Charyn (Nueva York, 1937), el escritor judío del Bronx que
fue el último gran descubrimiento de Marcel Duhamel para la Série Noire de Gallimard. Con una personalísima
y potente obra experimental, barroca y surrealista, es el autor de una docena de novelas
protagonizadas por el policía Isaac Sidel, la primera de las cuales —Ojos azules—
escribió en buena parte en el hotel Majestic de Barcelona allá por los años
1973 y 1974 y terminó en Nueva York para publicarla en 1975. Le siguieron Marilyn la indómita (1976), La educación de Patrick Silver (1976)
—cuya escena final transcurre en la Ciudad Condal— y Misterioso Isaac (1978),
que conforman una espectacular tetralogía del comisario irlandés, judío y
bolchevique, atormentado por una solitaria vengativa e inteligente de dos
metros y medio de largo que lleva en las entrañas. La serie escenifica la perpetua
lucha de «Isaac el Puro» contra la banda de los Guzmann, una tribu de pasteleros, proxenetas y
extorsionistas del Bronx, marranos peruanos capitaneados por el patriarca Papá
Moisés y sus cinco hijos de distintas madres: Zorro, Alejandro, Topal, Jorge y
Jerónimo, que tienen el control de parte de la delincuencia de Nueva York. El
inquebrantable Sidel solo siente debilidad por Marilyn, la fiera de su hija, y
por Manfred Cohen, su ángel de ojos azules, «sus únicos contactos con los sentimientos
fuera de la policía».
Doce años más tarde,
Charyn retoma a este duro, correoso e incorruptible policía en una segunda
serie, la tetralogía de Odessa —de la que aquí solo se ha publicado Las chicas de María (1992)—, y cuatro
títulos más en los que Sidel pasa de inspector a comisionado de policía, a
alcalde de Nueva York y a presidente accidental de los Estados Unidos, en una
de las sagas más magnéticas que pueda haber generado la novela negra. El autor
neoyorkino, que ha vivido parte de su vida en París, también ha ejercido una
gran influencia en Daniel Pennac y su serie de la familia Malaussène, hasta el
extremo que Isaac Sidel aparezca como personaje en la novela Entre moros y cristianos (1996) del escritor francés o que al
año siguiente Charyn publicara Appelez-moi
Malaussène. Jerome Charyn, al que puede rastrearse su biografía en El hombre barbo (1980) o La
dama oscura de Bielorrusia (1997), es además autor de dos títulos que reformulan el
género, Llamado Paraíso (1987) y Elsinore (1991), protagonizados por un carismático
y torturado sicario llamado Sydney Holden, a la búsqueda de su identidad.
Un caso parecido es el
de Marc Behm (Trenton, Nueva Jersey, 1925 — Fort-Mahon-Plage 2007), norteamericano
afincado en Francia, guionista de películas como El regreso del doctor Mabuse
(1961), de Harald Reinl; Charada (1963),
de Stanley Donen; Help! (1965), de
Richard Lester, y autor de una obra tardía iniciada con La reina de la noche (1977). Una cruda historia contada en primera
persona por Edmunda Sieglinda Kerrl, una chica nacida en 1915 que, a la
búsqueda de su padre en la Alemania nazi, entra en las ss y escala posiciones hasta llegar a relacionarse con Adolf
Hitler, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler o Adolf Eichmann para terminar al mando
de un campo de exterminio. Edmunda, en esta inmersión en el infierno es testigo
y cómplice de toda clase de excesos sexuales y horrores del nazismo en una
historia sin redención.
Poco después Behm publica
su obra maestra, La mirada del observador
(1980), que en esta ocasión es la historia de un padre en busca de su hija.
El protagonista, «El Ojo» (The Eye),
es un solitario apasionado por los crucigramas que siempre lleva consigo la
fotografía de un grupo escolar de niñas entre las que está su hija (pero que no
sabe cuál es). Se trata de un hombre
abandonado por su mujer que se llevó a la pequeña Maggie hace muchos años, a la
que no ha vuelto a ver y a la que ni siquiera sería capaz de reconocer, pero que
vive en un perpetuo delirio en torno a ella. Detective privado en la agencia
Watchmen Inc., «El Ojo» es contratado por la adinerada familia Hugo para que
investigue a la prometida de su único hijo, Paul, y, a partir de ahí, empieza
el seguimiento de Joanna Eris, una atractiva asesina en serie que seduce a sus
víctimas para casarse con ellas y, a continuación, asesinarlas tras la noche de
bodas y apropiarse de sus bienes. Una road
fiction que lleva al detective a deambular por los Estados Unidos siguiendo a Joanna, mientras
fabula que podría tratarse
de su propia hija, desbroza su camino y elimina pruebas en una loca huida hacia
la nada. Y todo desde la distancia del observador, la misma que establece el
lector respecto del protagonista. Una historia absolutamente rompedora con el
tradicional papel del detective porque, como declaraba Behm en el documental Chasing Marc Behm (1995), de Olivier
Bourbeillon: «Escribir no es doloroso, es suficiente querer contar una
historia. Lo importante es que el lector no se llene de mierda. Es por eso que
decidí acabar de una vez por todas con el personaje del detective, que era
totalmente una basura».
La mirada del
observador tiene su origen en
un guión que Behm escribió para el productor Philip Yordan que debía
protagonizar Charlton Heston, proyecto que finalmente no se realizó, y ha dado lugar a dos adaptaciones
cinematográficas: Anuncio de muerte
(1983), de Claude Miller, interpretada por Michel Serrault y Isabelle Adjani, y
Ojos que te acechan (1999), de
Stephan Elliott, con Ewan
McGregor y Ashley Judd, aunque ninguna de las dos le hace justicia. Poco después vino La doncella de
hielo (1983), protagonizada por dos vampiros amorales y adorables: ella,
Cora Dana trabaja de croupier en un
casino clandestino de la mafia; él, Tony Logan, es pianista en un bar. Frente a
su acuciante situación económica deciden atracar el casino donde trabaja Cora y
para ello recaban la ayuda de Brand, un antiguo compañero de Tony que vive en
las alcantarillas, y a partir de ahí se desata una hilarante y lujuriosa
historia.
Después de unos años
de silencio Behm reaparece, entregando ya sus originales directamente a
François Guérif para publicarlos traducidos al francés en Rivages/Noir, con Un hombre
al margen (1990), la alucinante historia del hastiado Patrick Nelson, un joven
con dificultades para relacionarse, enriquecido a causa de la prematura muerte
de sus padres en un accidente de aviación, heredero de un rentable garaje en un
suburbio de Los Angeles gestionado por Ando Kawamoto, el contable de la
familia. Patrick reparte su tiempo entre estados oníricos en los que fabula ser
un explorador en el África negra en busca de la mitológica ciudad de Ophiry y
los crímenes realizados por El Carnicero, un asesino en serie que aterroriza la
ciudad, investigados por la atractiva detective Jenny Mund y para atraer su
interés, a Patrick no se le ocurre nada mejor que sembrar pistas falsas que lo
incriminan.
Con No pretendas saber más (1993) y Crab (1994), el escritor crea dos fantásticas y delirantes historias
protagonizadas por la lasciva Lucy, lectora de Moby Dick y seductora encargada por Lucifer de recoger las almas de
quienes en otro momento firmaron un pacto con el diablo y ya se les ha acabado el
tiempo. Si en la primera, en su camino se cruzan ninfómanas y necrófilos,
travestis y drogadictos, elefantes y cocodrilos, el Rey de los Roedores y un
largo etcétera; en la segunda, unas vacaciones de Lucy en París la ponen en
contacto con Crab, el fantasma de Atila. Unas disparatadas incursiones en el
infierno que también pueden apreciarse en los relatos recogidos en el pequeño
volumen Aullidos, que publicó la
Semana Negra de Gijón en su homenaje en 2008.
Sin embargo, aunque las
obras de Jerome Charyn y Marc Behm hibridan con el fantástico y el humor, otros
autores han renovado el estilo hard-boiled
actualizando temáticas y han creado personajes carismáticos que están a la
altura de los grandes clásicos. Este sería el caso de James Crumley (Three
Rivers, Texas, 1939 — Missoula, Montana, 2008), escritor elogiado por autores y
especialistas como Jean-Claude Izzo, Dennis Lehane, Michael Connelly, Ian
Rankin, George Pelecanos, François Guérif o Claude Mesplède. Autor tardío,
Crumley capta a la perfección el espíritu de la América posterior al Summer of Love y a la guerra de Vietnam
y crea dos series ambientadas en la fictia ciudad de Meriweather (Montana), que
se corresponde con la Missoula real en la que vivió. La primera, protagonizada
por Milo Milodragovitch e iniciada con Un
caso equivocado (1975), novela
que arranca con una frase de Ross Macdonald: «nunca te acuestes con una mujer que tenga más problemas
que tú», frase que resume muy bien el contenido de la novela, pero la trama remite directamente a La
hermana pequeña de Raymond Chandler. El peso de la obra recae en el
personaje de Milodragovitch, un
detective intelectual y humanista de gran corazón que sobrevive gracias a la cocaína
y el alcohol, en espera de cumplir los cincuenta y tres y poder heredar la
fortuna de sus padres y el personaje reaparece en algunas novelas más, de las
que solo se tradujo la segunda al catalán, L’ós
dansaire (1983).
En 1978 publicaría su
obra maestra, El último buen beso, la
mejor novela negra de la década
de los setenta según el especialista francés Claude Benoit y la mejor que
ha leído jamás, de acuerdo con el criterio del librero norteamericano Otto
Penzler. Título nuevamente de
resonancias chandlerianas —esta vez de El largo adiós— y
Crumley, que afirmaba «reescribir de forma compulsiva», invirtió ocho años en finalizar el primer capítulo, del
que el primer parágrafo tuvo más de veinte versiones. Esta novela es el
comienzo de su segunda serie, encarnada por el investigador C.W. Sughrue,
alcohólico, visceral, violento, duro y honesto, quién es contratado para encontrar
al desaparecido Abraham Trahearne, un escritor de bestsellers alcohólico al que localiza facilmente en un garito del
Medio Oeste, bebiendo junto a un bulldog. Pero seguidamente recibe el encargo
de encontrar a Betty Sue, una enigmática joven que lleva diez años desaparecida,
y Sughrue inicia un viaje de más de seis mil kilómetros a través de Colorado,
Nevada, Wyoming, Montana, Oregón y California para resolver el caso. Una
novela, casi un western, por la que
desfilan temas como la amistad y la muerte, el viaje, la violencia y el
alcohol, la corrupción; pero también una crítica social feroz a un mundo absurdo y caótico,
al egoismo del arte y una reflexión sobre el artista y el desencanto de la
condición humana. El personaje reaparece en El
pato mexicano (1993) y en un par de novelas más no publicadas en España, en
una de las cuales, Bordersnakes
(1996), Sughrue comparte protagonismo con Milodragovitch. Dos personajes
complementarios, alcohólicos y veteranos de guerra, de Corea uno y de Vietnam
el otro, que abren nuevos caminos a la figura del detective privado.
En conclusión, tres autores que ningún aficionado a la buena
novela negra debería obviar, en los que el lector encontrará obras de gran
calado que le retornarán el gusto por la buena literatura. Como afirma François
Guérif, «para mi lo mejor en James Crumley, más allá de la intriga policíaca, es el
sentimiento del tiempo que pasa, de la añoranza de la juventud, una reflexión
sobre la vejez, sobre lo ineludible de la muerte». Tres grandes escritores, cuya obra
debería ser traducida en su totalidad; mientras tanto... busquen y rebusquen en
bibliotecas, librerías de ocasión y estanterías de amigos.