31.8.21

CLÁSICOS OCULTOS: TRES GRANDES RENOVADORES DE LA NOVELA NEGRA DE FINALES DEL SIGLO XX

 Quimera, núm. 453, septiembre 2021



 

Al actual lector de novela negra, abrumado por la oferta de novedades que copa anaqueles y expositores de librerías y reseñas en suplementos culturales, le pueden haber pasado inadvertidos algunos auténticos clásicos que, por diversas razones, han quedado sepultados bajo esta sobreabundancia de publicaciones. Las causas pueden ser muchas, desde el hecho de no haber despertado el interés de los lectores ni la atención de la crítica en su momento, hasta los vaivenes y tendencias del mercado o las políticas editoriales. En este artículo me limitaré a tres autores norteamericanos de los setenta, publicados aquí durante el período de tiempo comprendido entre el final del boom editorial de la década de los ochenta y la avalancha nórdica que siguió al «efecto Larsson». Clásicos que pueden devolver al lector el gusto por la buena literatura frente a tanto subproducto adocenado.

 

Un caso paradigmático sería el de Jerome Charyn (Nueva York, 1937), el escritor judío del Bronx que fue el último gran descubrimiento de Marcel Duhamel para la Série Noire de Gallimard. Con una personalísima y potente obra experimental, barroca y surrealista, es el autor de una docena de novelas protagonizadas por el policía Isaac Sidel, la primera de las cuales —Ojos azules[1] escribió en buena parte en el hotel Majestic de Barcelona allá por los años 1973 y 1974 y terminó en Nueva York para publicarla en 1975. Le siguieron Marilyn la indómita (1976), La educación de Patrick Silver (1976) —cuya escena final transcurre en la Ciudad Condal— y Misterioso Isaac (1978), que conforman una espectacular tetralogía del comisario irlandés, judío y bolchevique, atormentado por una solitaria vengativa e inteligente de dos metros y medio de largo que lleva en las entrañas. La serie escenifica la perpetua lucha de «Isaac el Puro» contra la banda de los Guzmann, una tribu de pasteleros, proxenetas y extorsionistas del Bronx, marranos peruanos capitaneados por el patriarca Papá Moisés y sus cinco hijos de distintas madres: Zorro, Alejandro, Topal, Jorge y Jerónimo, que tienen el control de parte de la delincuencia de Nueva York. El inquebrantable Sidel solo siente debilidad por Marilyn, la fiera de su hija, y por Manfred Cohen, su ángel de ojos azules, «sus únicos contactos con los sentimientos fuera de la policía».

 

Doce años más tarde, Charyn retoma a este duro, correoso e incorruptible policía en una segunda serie, la tetralogía de Odessa —de la que aquí solo se ha publicado Las chicas de María (1992)—, y cuatro títulos más en los que Sidel pasa de inspector a comisionado de policía, a alcalde de Nueva York y a presidente accidental de los Estados Unidos, en una de las sagas más magnéticas que pueda haber generado la novela negra. El autor neoyorkino, que ha vivido parte de su vida en París, también ha ejercido una gran influencia en Daniel Pennac y su serie de la familia Malaussène, hasta el extremo que Isaac Sidel aparezca como personaje en la novela Entre moros y cristianos (1996) del escritor francés o que al año siguiente Charyn publicara Appelez-moi Malaussène. Jerome Charyn, al que puede rastrearse su biografía en El hombre barbo (1980) o La dama oscura de Bielorrusia (1997), es además autor de dos títulos que reformulan el género, Llamado Paraíso (1987) y Elsinore (1991), protagonizados por un carismático y torturado sicario llamado Sydney Holden, a la búsqueda de su identidad.

 

Un caso parecido es el de Marc Behm (Trenton, Nueva Jersey, 1925 — Fort-Mahon-Plage 2007), norteamericano afincado en Francia, guionista de películas como El regreso del doctor Mabuse (1961), de Harald Reinl; Charada (1963), de Stanley Donen; Help! (1965), de Richard Lester, y autor de una obra tardía iniciada con La reina de la noche (1977). Una cruda historia contada en primera persona por Edmunda Sieglinda Kerrl, una chica nacida en 1915 que, a la búsqueda de su padre en la Alemania nazi, entra en las ss y escala posiciones hasta llegar a relacionarse con Adolf Hitler, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler o Adolf Eichmann para terminar al mando de un campo de exterminio. Edmunda, en esta inmersión en el infierno es testigo y cómplice de toda clase de excesos sexuales y horrores del nazismo en una historia sin redención.

 

Poco después Behm publica su obra maestra, La mirada del observador (1980), que en esta ocasión es la historia de un padre en busca de su hija. El protagonista, «El Ojo» (The Eye),[2] es un solitario apasionado por los crucigramas que siempre lleva consigo la fotografía de un grupo escolar de niñas entre las que está su hija (pero que no sabe cuál es). Se trata de un hombre abandonado por su mujer que se llevó a la pequeña Maggie hace muchos años, a la que no ha vuelto a ver y a la que ni siquiera sería capaz de reconocer, pero que vive en un perpetuo delirio en torno a ella. Detective privado en la agencia Watchmen Inc., «El Ojo» es contratado por la adinerada familia Hugo para que investigue a la prometida de su único hijo, Paul, y, a partir de ahí, empieza el seguimiento de Joanna Eris, una atractiva asesina en serie que seduce a sus víctimas para casarse con ellas y, a continuación, asesinarlas tras la noche de bodas y apropiarse de sus bienes. Una road fiction que lleva al detective a deambular por los Estados Unidos siguiendo a Joanna, mientras fabula que podría tratarse de su propia hija, desbroza su camino y elimina pruebas en una loca huida hacia la nada. Y todo desde la distancia del observador, la misma que establece el lector respecto del protagonista. Una historia absolutamente rompedora con el tradicional papel del detective porque, como declaraba Behm en el documental Chasing Marc Behm (1995), de Olivier Bourbeillon: «Escribir no es doloroso, es suficiente querer contar una historia. Lo importante es que el lector no se llene de mierda. Es por eso que decidí acabar de una vez por todas con el personaje del detective, que era totalmente una basura».

 

La mirada del observador tiene su origen en un guión que Behm escribió para el productor Philip Yordan que debía protagonizar Charlton Heston, proyecto que finalmente no se realizó, y ha dado lugar a dos adaptaciones cinematográficas: Anuncio de muerte (1983), de Claude Miller, interpretada por Michel Serrault y Isabelle Adjani, y Ojos que te acechan (1999), de Stephan Elliott, con Ewan McGregor y Ashley Judd, aunque ninguna de las dos le hace justicia. Poco después vino La doncella de hielo (1983), protagonizada por dos vampiros amorales y adorables: ella, Cora Dana trabaja de croupier en un casino clandestino de la mafia; él, Tony Logan, es pianista en un bar. Frente a su acuciante situación económica deciden atracar el casino donde trabaja Cora y para ello recaban la ayuda de Brand, un antiguo compañero de Tony que vive en las alcantarillas, y a partir de ahí se desata una hilarante y lujuriosa historia.

 

Después de unos años de silencio Behm reaparece, entregando ya sus originales directamente a François Guérif para publicarlos traducidos al francés en Rivages/Noir, con Un hombre al margen (1990), la alucinante historia del hastiado Patrick Nelson, un joven con dificultades para relacionarse, enriquecido a causa de la prematura muerte de sus padres en un accidente de aviación, heredero de un rentable garaje en un suburbio de Los Angeles gestionado por Ando Kawamoto, el contable de la familia. Patrick reparte su tiempo entre estados oníricos en los que fabula ser un explorador en el África negra en busca de la mitológica ciudad de Ophiry y los crímenes realizados por El Carnicero, un asesino en serie que aterroriza la ciudad, investigados por la atractiva detective Jenny Mund y para atraer su interés, a Patrick no se le ocurre nada mejor que sembrar pistas falsas que lo incriminan.

 

Con No pretendas saber más (1993) y Crab (1994), el escritor crea dos fantásticas y delirantes historias protagonizadas por la lasciva Lucy, lectora de Moby Dick y seductora encargada por Lucifer de recoger las almas de quienes en otro momento firmaron un pacto con el diablo y ya se les ha acabado el tiempo. Si en la primera, en su camino se cruzan ninfómanas y necrófilos, travestis y drogadictos, elefantes y cocodrilos, el Rey de los Roedores y un largo etcétera; en la segunda, unas vacaciones de Lucy en París la ponen en contacto con Crab, el fantasma de Atila. Unas disparatadas incursiones en el infierno que también pueden apreciarse en los relatos recogidos en el pequeño volumen Aullidos, que publicó la Semana Negra de Gijón en su homenaje en 2008.

 

Sin embargo, aunque las obras de Jerome Charyn y Marc Behm hibridan con el fantástico y el humor, otros autores han renovado el estilo hard-boiled actualizando temáticas y han creado personajes carismáticos que están a la altura de los grandes clásicos. Este sería el caso de James Crumley (Three Rivers, Texas, 1939 — Missoula, Montana, 2008), escritor elogiado por autores y especialistas como Jean-Claude Izzo, Dennis Lehane, Michael Connelly, Ian Rankin, George Pelecanos, François Guérif o Claude Mesplède. Autor tardío, Crumley capta a la perfección el espíritu de la América posterior al Summer of Love y a la guerra de Vietnam y crea dos series ambientadas en la fictia ciudad de Meriweather (Montana), que se corresponde con la Missoula real en la que vivió. La primera, protagonizada por Milo Milodragovitch e iniciada con Un caso equivocado (1975), novela que arranca con una frase de Ross Macdonald: «nunca te acuestes con una mujer que tenga más problemas que tú», frase que resume muy bien el contenido de la novela, pero la trama remite directamente a La hermana pequeña de Raymond Chandler. El peso de la obra recae en el personaje de Milodragovitch, un detective intelectual y humanista de gran corazón que sobrevive gracias a la cocaína y el alcohol, en espera de cumplir los cincuenta y tres y poder heredar la fortuna de sus padres y el personaje reaparece en algunas novelas más, de las que solo se tradujo la segunda al catalán, L’ós dansaire (1983).

 

En 1978 publicaría su obra maestra, El último buen beso, la mejor novela negra de la década de los setenta según el especialista francés Claude Benoit y la mejor que ha leído jamás, de acuerdo con el criterio del librero norteamericano Otto Penzler. Título nuevamente de resonancias chandlerianas —esta vez de El largo adiós— y Crumley, que afirmaba «reescribir de forma compulsiva», invirtió ocho años en finalizar el primer capítulo, del que el primer parágrafo tuvo más de veinte versiones. Esta novela es el comienzo de su segunda serie, encarnada por el investigador C.W. Sughrue, alcohólico, visceral, violento, duro y honesto, quién es contratado para encontrar al desaparecido Abraham Trahearne, un escritor de bestsellers alcohólico al que localiza facilmente en un garito del Medio Oeste, bebiendo junto a un bulldog. Pero seguidamente recibe el encargo de encontrar a Betty Sue, una enigmática joven que lleva diez años desaparecida, y Sughrue inicia un viaje de más de seis mil kilómetros a través de Colorado, Nevada, Wyoming, Montana, Oregón y California para resolver el caso. Una novela, casi un western, por la que desfilan temas como la amistad y la muerte, el viaje, la violencia y el alcohol, la corrupción; pero también una crítica social feroz a un mundo absurdo y caótico, al egoismo del arte y una reflexión sobre el artista y el desencanto de la condición humana. El personaje reaparece en El pato mexicano (1993) y en un par de novelas más no publicadas en España, en una de las cuales, Bordersnakes (1996), Sughrue comparte protagonismo con Milodragovitch. Dos personajes complementarios, alcohólicos y veteranos de guerra, de Corea uno y de Vietnam el otro, que abren nuevos caminos a la figura del detective privado.

 

En conclusión, tres autores que ningún aficionado a la buena novela negra debería obviar, en los que el lector encontrará obras de gran calado que le retornarán el gusto por la buena literatura. Como afirma François Guérif, «para mi lo mejor en James Crumley, más allá de la intriga policíaca, es el sentimiento del tiempo que pasa, de la añoranza de la juventud, una reflexión sobre la vejez, sobre lo ineludible de la muerte». Tres grandes escritores, cuya obra debería ser traducida en su totalidad; mientras tanto... busquen y rebusquen en bibliotecas, librerías de ocasión y estanterías de amigos.

 

 



[1] La edición de rba va acompañada de un epílogo, «Ojos azules y el rey de los barberos», donde Charyn expone la génesis de la tetralogía sobre Isaac Sidel.

[2] Nombre que remite directamente a private eye y a la agencia de detectives Pinkerton cuyo símbolo era un ojo imperturbable sobre el lema «Nunca dormimos».