6.5.16

«SABORES QUE MATAN»

Pròleg a Sabores que matan: comidas y bebidas en el género negro-criminal, de Raquel Rosemberg
(Buenos Aires: Catapulta, 2016)




"Me gustan los bares cuando acaban de abrir para la clientela de la tarde. Dentro el aire todavía está limpio, todo brilla, y el barman se mira por última vez en el espejo para comprobar que lleva la corbata en su sitio y el pelo bien alisado. Me gustan las botellas bien colocadas en la pared del fondo, las copas que brillan y las expectativas. Me gusta verle mezclar el primer cóctel, colocarlo sobre el posavasos y situar a su lado la servilletita de papel perfectamente doblada. También me gusta saborear despacio ese primer cóctel. La primera copa de la tarde, sin prisas, en un bar tranquilo... Eso es maravilloso", le decía Terry Lennox a Philip Marlowe en El largo adiós. La génesis de este libro tuvo lugar en una situación más que parecida, en la barra del Boadas, la mítica coctelería barcelonesa, durante una animada conversación entre un catalán y una porteña frente a unos dry martinis.

Esta conversación tuvo lugar hace ya algunos años, y entre martinis fueron desfilando además de los tragos de Marlowe, las comidas de Pepe Carvalho --cuyo progenitor aparecía inmortalizado en una esquina del local--, los olores en la trilogía de Marsella de Jean-Claude Izzo, el bœuf bourguignon que le preparaba a Maigret su mujer, los placeres gastronómicos del Mario Conde de Leonardo Padura durante el Período Especial de la Cuba revolucionaria, los arancinis sicilianos de Montalbano... De los detectives a las distintas mafias, a pasiones compartidas como el chocolate --"¿Víste Gracias por el chocolate de Chabrol?.. ¡genial!"--, la inquietante Patricia Highsmith, el A sangre fría de Truman Capote, el cine de Hitchcock...

La porteña, toda ella pasión --cabellos de fuego y ojos de agua--, era Raquel Rosemberg, periodista gastronómica, viajera, gran lectora y amante de la novela negra, que había publicado ya varias notas en El Conocedor sobre la relación de algunos personajes de la literatura criminal con la gastronomía, y, con el segundo martini --también le llaman bala de plata--, vino la idea de recoger estas notas y otras creadas para la ocasión en un libro que uniera esas dos pasiones. Un libro para morirse de gusto que se llamaría Sabores que matan.

Van pasando los años y cada vez que Raquel pasa por Barcelona nos citamos en Boadas para festejar la amistad, rendir homenaje a Chandler y a Vázquez Montalbán, tomarnos un dry martini y continuamos hablando de proyectos, lecturas, tragos y comidas. Mientras resista el Boadas, habrá esperanza.

Lean, lean, todo empezó allí.