9.10.08

«LA CONSECUENCIA DE UN CONCEPTO EQUIVOCADO DE LA VIDA»

 Pròleg a La jungla de asfalto, de W.R. Burnett  (Barcelona: RBA, 2008)


En 1949 aparecia en Estados Unidos la novela The Asphalt Jungle, de W.R. Burnett, publicada por Knopf y aclamada unánimemente por la crítica. Al año siguiente, el 8 de junio de 1950, se estrenaba la homónima adaptación cinematográfica, realizada por John Huston, que consiguió cuatro nominaciones a los Oscar y marcó un hito en el cine negro norteamericano de la época.

El protagonista no era ni un detective, ni las fuerzas del orden, sino un grupo de delincuentes, una banda de atracadores que se reunía ocasionalmente para realizar un golpe en una importante joyería de una ciudad del Medio Oeste, todos ellos profesionales en su campo. El film narraba la preparación y ejecución de un robo muy bien planeado que, finalmente, fracasaba debido a una serie de imprevistos, debidos al factor humano.

Si bien en España el film de Huston llegó apenas medio año después que a las pantallas norteamericanas —el 18 de diciembre de 1950—, hubo que esperar al boom de novela negra de la década de los ochenta para poder leer La jungla del asfalto en una de las cuatro ediciones que aparecieron en Bruguera, Caralt, Planeta y Orbis. En los años noventa, el autor y crítico británico H.R.F. Keating la incluyó entre las cien mejores novelas negras de la historia.

William Riley Burnett (Springsfield, 25 de noviembre de 1899 — Santa Monica, 25 de abril de 1982), escritor, guionista y autor, fue uno de los máximos exponentes de la crook story, una corriente de la novela negra norteamericana que otorgaba el protagonismo de la narración al delincuente profesional. Burnett se convirtió en el cronista de los crímenes cometidos en Estados Unidos y en analista de su evolución.

En su primera novela, El pequeño César (Little Caesar, 1929), Burnett retrataba la ascensión y caída de un gangster de origen italiano, Enrico Rico Bandello, en plena Ley Seca. Más tarde, con Alta Sierra (High Sierra, 1940), les tocó el turno a otros delincuentes, los proscritos rurales a consecuencia de la Depresión, encarnados en la figura del pistolero Roy Earle.

Con La jungla del asfalto —su novela más compleja—, Burnett da inicio a una sublínea de la crook story, la narración de hold-ups desde el punto de vista de los atracadores; con ella comienza una trilogía de denuncia de la corrupción en la administración pública. Little Men, Big World (1951) y Vanity Row (1952) son los siguientes títulos.

En La jungla del asfalto, Burnett retrata el delito en una gran ciudad como consecuencia de la contienda mundial y arma una novela coral con un puñado de individuos solitarios. El cerebro del golpe, Erwin Doc Riemenschneider, de ascendencia alemana, acaba de salir de prisión; Charles Cobby, regenta un garito de apuestas, anhela el prestigio y la seguridad de estar cerca de gente importante y se vanagloria de contar con la amistad del “gran hombre”; Alonzo De Emmerich, un corrupto abogado criminalista, secretamente arruinado, con su mujer enferma y una amante, Angela Finley, que podría ser su nieta; Dix Handley, hombre de campo, rudo pistolero y apostador a las carreras de caballos, con un personal código de honor, que sueña con volver a su Kentucky natal; Louis Bellini —también llamado Schemer—, de origen italiano, amantísimo esposo y padre, y semiretirado revientacajas que se desvive por ofrecer un futuro a su familia; Gus Minisi, que también es italiano y amigo de Louis, jorobado y ocasional conductor en golpes; Bob Brannon, detective sin escrúpulos contratado por Emmerich para poder hacerse con la totalidad del botín.

Con estos elementos Burnett teje una historia de sospechas y soledades, un estudio de caracteres, un retrato de la sociedad en el que un nuevo tipo de delincuencia salida de la posguerra toma el relevo al gangsterismo de décadas pasadas, cuando aún contaban las reglas y los pactos, y se convierte en un negocio similar al de una empresa capitalista, con su jerarquía de funciones y objetivos. Y todo ello inmerso en la jungla de asfalto —la gran ciudad—, germen de la corrupción, en contraposición con la naturaleza, refugio de la inocencia.

Pero el asalto a la joyería Pelletier empieza a torcerse. La fatalidad se cierne sobre sus actores. Una alarma que no debía sonar, suena. La caída fortuíta de una pistola hace que ésta se dispare y hiera mortalmente a Louis; Emmerich, con la ayuda de Brannon intenta quedarse con el botín, y en el tiroteo muere el detective y Dix sale malherido; Cobby y Gus son detenidos. Cuando Emmerich va a ser detenido se suicida y la pasión por las jovencitas hace que Riemenschneider pierda unos minutos valiosísimos en un local...

“En teoría, los planes pueden ser perfectos; pero los planes, tanto para el robo, como el hecho a la casa Pelletier, como para una campaña militar o un negocio de gran envergadura (el crimen profesional no es otra cosa que una zurda intensificación de las formas normales del esfuerzo), han de ser ejecutados. Y han de ser ejecutados, no por máquinas bien engrasadas y sin alma, sino por hombres, por los hombres mejores y más hábiles de entre los que sufren las impronosticables aberraciones de su yo y de las emociones”, reflexiona Riemeneschneider a pocos minutos después de haber sido detenido.

Lo terrible en el caso de Dix es que cuando consigue llegar ─junto con Doll─, exhausto y herido de muerte hasta la granja de su niñez descubre que la herencia de los Jamieson se ha malogrado. Una familia de polacos compró, diez o doce años atrás, la granja de sus ancestros.

Una extraordinaria novela que cuenta con otras tres adaptaciones cinematográficas: The Bandlanders (1958), de Elmer Davier, en clave de westernCairo (1963), de Wolf Rilla, ambientada en Egipto; y Cool Breeze (1972), de Barry Pollack, un producto del blaxploitation de los años setenta. Pero La jungla de asfalto de Burnett es ahora dificil de leer sin poner a los personajes el rostro de los actores del film de Huston. ¿Acaso es posible imaginar otro rostro —otra apariencia— para Dix Handley que el de Sterling Hayden? Y qué decir del doctor Riemenschneider, ¿acaso alguien puede mejorar a Sam Jaffe? ¿O a Angela interpretada por Marilyn Monroe?

Los treinta y dos años transcurridos entre el estreno de la adaptación cinematográfica y la publicación de la traducción en España de The Asphalt Jungle condicionan la lectura de este libro, y en el imaginario del lector se cruzan los párrafos del libro con los diálogos del film. Una historia de perdedores, porque al fin “el crimen es la consecuencia de un concepto equivocado de la vida”, como afirma Emmerich en una escena del film de Huston.