Grandes temas del cine negro. Coordinado por: Xavi J. Prunera, Quim Casals, Lluís Nasarre, Sintu Amat. Palma de Mallorca: Dolmen, 2022. (Cult Movies). ISBN: 978-84-18898-49-5
Aun siendo conscientes de que el cine negro es un género que bebe del expresionismo alemán y que, por consiguiente, se fundamenta en un estilo eminentemente visual, los coordinadores Grandes temas del cine negro estamos convencidos de que el noir cuenta con un abanico temático lo suficientemente jugoso como para dedicarle este ensayo. Con dicho propósito, pues, Grandes temas del cine negro ha puesto todo su empeño en analizar con detenimiento y profundidad tanto los temas universales que hacen referencia a la condición humana (la violencia, la corrupción, la figura de la femme fatale, la del detective privado…) como otros relativos al contexto histórico que vio nacer a este género en los EUA (la Gran Depresión, la Guerra Fría, el desencanto hacia el Sueño Americano…). Lo hemos hecho, eso sí, con amplitud de miras, concediendo mayor atención al noir de los 40 y los 50, pero sin olvidarnos en absoluto del cine de gangsters de los 30, del thriller, del polar francés, del poliziesco italiano, del noir japonés, del cine policíaco de los 60 y 70, del cine de mafiosos, del cine de espionaje, del noir hibridado en otros géneros y, obviamente, del neo-noir. Allá donde haya un callejón oscuro, allá donde se respire fatalidad, allá donde se cometa un crimen…, allá estará Grandes temas del cine negro.
Casa de juegos
«Ases y jotas, un hombre
con un hacha, reyes suicidas…»
Joey,
en Casa de juegos (David Mamet, 1987)
«Cuando yo me lanzo, cuando
me lanzo de verdad, siento lo que… lo
que el jockey montando un caballo de carrera, con toda la velocidad y la potencia bajo sus pies. No puede contener
la presión que le domina y sabe, sabe, cuando tiene que darle suelta y hasta
qué punto. Todo trabaja al mismo tiempo, el ritmo, el tacto, es algo
maravilloso, es una sensación grande, ves el objetivo y ves que lo has
conseguido, y de pronto siento como alas en el brazo, y el taco forma parte de
mí. Me doy cuenta, es positivo, tiene nervios. Un pedazo de madera, adquiere
nervios. Incluso el sonido de las bolas, no tienes que mirar, lo sabes. Si,
acabas de hacer una jugada formidable, juegas como ninguno, mejor que ningún
jugador en el mundo». Así declara su pasión
por el billar Eddie Relámpago Felson
(Paul Newman) y sin embargo no podrá derrotar al Gordo de Minnesota (Jackie Gleason) en El buscavidas (The Hustler,
1961), de Robert Rossen, basado en la novela de Walter Tevis.
La
historia del cine revela magníficos films sobre el juego que reflejan retos por
superar al eterno vencedor, como vemos en la continuación de la película de
Rossen, El color del dinero (The Color of Money, 1986), de Martin
Scorsese, con Eddie Felson (Paul Newman)
y Vincent Lauria (Tom Cruise). También en la adaptación de la novela de Richard
Jessup inspirada en la obra de Tevis, El
rey del juego (Cincinnati Kid,
1965), de Norman Jewison, ambientada en el New Orleans de la Depresión, con un
soberbio enfrentamiento en la partida de póquer entre Kid (Steve McQueen) y Lancey
Howard (Edward G. Robinson), o la sucesión de partidas en Rounders (1998), de John Dahl, donde Michael McDermott (Matt Damon)
lo deja muy claro: «Escuchad, así es el juego; si no descubres al primo en la
primera media hora de partida, es que el primo eres tú».
El
cine nos muestra asimismo el reverso del as de picas, a través de distintas
plasmaciones de su lado oscuro, mostrando trastornos del control de los
impulsos como son la adicción al juego y a las apuestas, muy bien reflejados en
las personalidades de Poppy (Gene Tierney) en El embrujo de Shangai (Shangai
Gesture, 1941), de Josef von Sternberg; de Joan Boothe (Barbara Stanwyck)
en Dirección prohibida (The Lady Gambles, 1949), de Michael
Gordon, o de Jackie (Jeanne Moreau) en La
bahía de los ángeles (La baie des
anges, 1963), de Jacques Demy.
Si
bien el juego no es un tema central, en el cine negro se vuelve lugar común:
partidas ilegales de póquer en garitos, con whisky y niebla de humo de
cigarrillos; hombres sudorosos en un callejón jugando a los dados con los
billetes arrugados de dólar de las apuestas en la mano esperando a la suerte;
los nervios del apostador a las carreras de caballos, las deudas al corredor de
apuestas… Lo vemos como compás de espera, para matar el tiempo antes de
realizar un golpe, en la partida de póquer que se desarrolla la noche anterior
al atraco en Forajidos (The Killers, 1946), de Robert Siodmak,
en la que tiene lugar el enfrentamiento entre El Sueco (Burt Lancaster) y Colfax (Albert Dekker) por Kitty (Ava
Gardner). Sirve igualmente para visualizar quién está al servicio de quién en
la partida entre servidores públicos corruptos y gangsters, en medio de la cual Vince Stone (Lee Marvin) arroja café
hirviendo a la cara de Debby Marsh (Gloria Grahame) en Los sobornados (The Big Heat,
1953), de Fritz Lang. Asimismo lo vemos en la ludopatía como generadora de
fatalidad, que lleva a delinquir a personajes como Ingram (Harry Belafonte) en Apuestas contra el mañana (Odds Against Tomorrow, 1959), de Robert
Wise, o en las deudas de juego del pistolero Dix Handley (Sterling Hayden) a su
tenedor de apuestas, Cobby, quién aporta el dinero para la preparación del
golpe en La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), de John
Huston, o incluso puede llevar a un individuo al extremo, como en El asesinato de un corredor de apuestas
chino (The Killing of a Chinese
Bookie, 1976), de John Cassavetes, en la que Cosmo Vitelli (Ben Gazzara) después
de haber conseguido saldar sus deudas de juego, lo celebra participando en una
partida ilegal en la que pierde veintitrés mil dólares y al no poder pagar la
deuda, la mafia le obligará a cometer un crimen.
Sin
embargo es en la transgresión de las reglas donde el cine negro alcanza su
esplendor, porque donde hay juego hay dinero y esto es lo que de verdad cuenta,
conseguir el dinero al precio que sea: cartas marcadas o escamoteadas, dados
cargados, timos, combates amañados, atracos a garitos de apuestas o a lo
grande, en los casinos porque, como decía Brecht, «¿qué es robar un banco comparado con
fundarlo?». Ahí, tanto el cine de gangsters, como el negro, el polar o el neo-noir encuentran un filón, ya sea para mostrar el atraco a la
recaudación de dos millones de dólares de las apuestas a las carreras en el
hipódromo de Lansdowne Park, mientras miles de aficionados están pendientes de Relámpago
Rojo —el caballo favorito—, en esa obra maestra del hold-up que es Atraco
perfecto (The Killing, 1956), de
Stanley Kubrick adaptando la novela de Lionel White, o bien el atraco a una
timba de cartas durante la campaña electoral de 2008, mientras John McCain y
Barack Obama se disputan la presidencia de los Estados Unidos, en Mátalos suavemente (Killing Them Softly, 2012), de Andrew Dominik sobre la novela de
George V. Higgins, donde dos ex convictos deciden asaltar una partida ilegal
para que la culpa recaiga sobre el organizador, sin saber que el dinero que se
llevan es de la mafia, la cual contrata al asesino Jackie Cogan (Brad Pitt)
para encontrarlos y éste, al final del film afirma: «Yo vivo en América y en
América estás solo. América no es un país, solo es un negocio. Así que paga,
hijo de puta».
Para
un fullero cualquier lugar es bueno para desplumar a los incautos, ya sea en un
tren de camino a La Jolla en el que Roy Dillon (John Cusack) desvalija a un
grupo de soldados con sus dados cargados, mientras su madre Lilly (Anjelica
Huston), apuesta en el hipódromo a los caballos no favoritos para nivelar las
probabilidades por cuenta del mafioso corredor de apuestas Justus Bobo, en la
magnífica adaptación de la novela de Jim Thompson Los timadores (The Grifters,
1990), de Stephen Frears. Todo vale para hacerse con el botín, incluso si sirve
para vengar la muerte de un amigo a manos del peligroso gangster Doyle Lonnegan (Robert Shaw), como el ingenioso timo con
las apuestas a las carreras de caballos ideado por Henry Gondorff (Paul Newman)
y Johnny Hooker (Robert Redford) en El
golpe (The Sting, 1973), de George
Roy Hill.
El
juego, durante muchos años prohibido o tolerado —¿quién no recuerda las
palabras del capitán Renault justificando el cierre del local de Rick en Casablanca?: «¡Qué escándalo! ¡Qué
escándalo! He descubierto que aquí se juega», mientras recoge sus ganancias en
la ruleta—, cuando el estado de Nevada lo legaliza en 1931, Las Vegas se
convierte en un paraíso para la mafia. Un paraíso explotado
cinematográficamente desde sus inicios —con biopics
como Bugsy (1991), de Barry Levinson—
porque, como afirma Sam Ace Rothstein
(Robert De Niro), tahúr reconvertido en director del Tangiers en Casino (1995), película dirigida por
Martin Scorsese adaptando la novela de Nicholas Pileggi: «Las Vegas es un lugar que
limpia los pecados de los tipos como yo, es un túnel de lavado para la moral,
hace por nosotros lo que Lourdes hace por los jorobados y paralíticos». Ya no hace falta buscar
a un primo, estos se desplazan en masa a los casinos en busca de suerte y allí serán
convenientemente desplumados: «los jugadores no tienen ninguna oportunidad y su dinero fluye
de las mesas de juego a nuestras cajas», declara Rothstein. Incluso la élite de artistas
de Las Vegas de los años sesenta con estrechos contactos con el mundo de la mafia
como Frank Sinatra, Dean Martin, Peter Lawford o Sammy Davis Jr. —el Rat Pack—,
participaron en la comedia La cuadrilla
de los once (Ocean's Eleven,
1960), de Lewis Milestone, que cuenta la historia de cómo once excombatientes
de la Segunda Guerra Mundial elaboran un plan perfecto para desvalijar… ¡cinco
casinos de Las Vegas en una noche! Así de segura se sentía la mafia.
Ahora
bien, seguramente Gilda, de Charles
Vidor (1946), es uno de los films que mejor refleja el mundo del juego en el
cine negro y arranca con el tahúr Johnny Farrell (Glenn Ford) en su primer día
en Argentina, jugando a los dados con unos marineros en el suelo de un tugurio
de los suburbios portuarios de Buenos Aires, ciudad en la que se desarrolla el
film ya que el censor Joseph Breen no veía con buenos ojos la indemnidad de una
red de espías nazis en suelo norteamericano. Johnny abandona el local con las
ganancias para poco después ser atracado en un callejón y salvado en última
instancia por un elegante caballero, Ballin Mundson (George Macready), dueño de
un casino ilegal al que le invita a acudir: «el que hace su propia suerte como yo, reconoce a
sus colegas», afirma Ballin. Johnny
empieza a trabajar en el casino, se convierte en la mano derecha del jefe y
prospera rápidamente mientras acaba la guerra. Poco después Ballin debe
realizar un viaje y le deja a cargo del casino; a su regreso vuelve casado con
Gilda (Rita Hayworth), con quién Johnny había mantenido una relación en el
pasado, lo que origina grandes tensiones en el triángulo. Durante los
carnavales Ballin mata en el casino a un alemán relacionado con el trust de
tungsteno que domina y este asevera frente a Johnny, «en el juego hay una regla
importante, o te lanzas a fondo o cedes la mano; no se puede dominar el mundo
cediendo la mano». Y a partir de aquí se desencadena la resolución de un film
testimonial de una posguerra en la que muchos nazis se instalaron el Sudamérica
y un final feliz para la tensa historia de amor de Johnny y Gilda, siempre con
el casino como telón de fondo.
No
obstante, una de mis películas favoritas es El
hombre del brazo de oro (The Man With
the Golden Arm, 1955), en la que Otto Preminger nos sumerge en un mundo de
estética noir de debilidades,
marginados y perdedores, bien conocido por Nelson Algren desde su niñez, que
plasmó en 1949 en la novela origen de este film. La película se inicia con el
retorno al barrio polaco de Chicago de Frankie Machine (Frank Sinatra), después
de medio año de desintoxicación de heroína en el Federal Medical Center de la prisión de
Lexington donde ha ido a parar a consecuencia de una redada en el garito donde
trabaja. Frankie es un experto jugador y croupier
en partidas clandestinas de póquer que organizan Schwiefka y Louie, este último
también su proveedor de droga. Vuelve limpio con la intención de convertirse en
baterista de una banda de jazz, y lleva consigo una recomendación del doctor
Lennox —el médico del penal— para el representante de una orquesta. Frankie
quiere abandonar el mundo del juego y la heroína y convertirse en Jack Duvall,
una estrella del jazz, porque quién le enseñó a tocar la batería le dijo que
tenía el brazo de oro. Quiere ganar dinero y conseguir buenos médicos para su
mujer, Zosh (Eleanor Parker), postrada desde hace tres años en una silla de ruedas
a consecuencia de un accidente de tráfico en el que su marido iba bebido.
También se debate entre el amor por Molly (Kim Novak) y el sentido de
responsabilidad hacia la egoísta y manipuladora Zosh. Para la cita con el
representante de la banda le pide a su amigo Sparrow que le consiga un buen
traje, que resulta ser robado y es detenido por la policía; Schwiefka paga la
fianza después de obtener la promesa de que volverá a su antigua ocupación.
Durante la partida le tiemblan las manos y Louie le ofrece una dosis. Frankie
lucha por mantenerse lejos del juego y la droga mientras Schwiefka y Louie le
ofrecen doscientos cincuenta dólares por participar en una importante partida
que se prolonga durante dos días; la banca pierde y los organizadores le
obligan a hacer trampas hasta que es descubierto. Desesperado acude a Louie
para pincharse y al no poder pagar, le ataca e intenta robarle. Cuando Louie se
recupera, va a casa de Frankie y descubre que Zosh no es paralítica, le amenaza
con contarlo a todo el mundo y ésta le empuja por las escaleras y el traficante
muere. La policía busca a Frankie por asesinato mientras él acude a casa de
Molly en busca de dinero para una dosis, pero Molly le convence para que se
mantenga limpio, pase el mono y
aclare su situación con la policía. Cuando la policía llega para detenerle,
Frankie ha ido a su casa para anunciar a Zosh su partida, ella se levanta de la
silla de ruedas cuando llega Molly con la policía y descubierta se arroja al
vacío desde el balcón. Frankie y Molly, liberados de las antiguas ataduras se
alejan hacia un nuevo horizonte de esperanza lejos del barrio, en este film de
un lirismo noir en el que Preminger
contó con los fabulosos créditos de Saul Bass y la magnífica banda sonora de
Elmer Bernstein, ambos en el inicio de sus carreras.
El
polar también entra de lleno en el
juego de la mano de Jean-Pierre Melville con Bob, el jugador (Bob, le
flambeur, 1956), una película muy influida por films noirs norteamericanos como La jungla de asfalto. El film narra las andanzas del elegante y
maduro Bob (Roger Duchesne), un ex gangster
ludópata que reparte su tiempo entre las apuestas en el hipódromo, los clubs
nocturnos y las partidas en garitos de Pigalle hasta el amanecer. Bob, el jugador da comienzo con una voz
en off —de Jean-Pierre Melville—, un recurso que emplea también Kubrick en Atraco perfecto, para mostrar la vida y
relaciones de Bob y como éste, acuciado por las pérdidas en el juego, planifica
el atraco al casino de Deauville, el que será su último golpe. Aquí, sin
embargo, la historia está más centrada en la relación del antiguo gangster con Anne, una aprendiz de femme fatale de dieciséis años; el joven
Paulo, que lo toma como modelo, y el comisario Ledru con el que, a pesar de ser
un representante de la ley, mantiene una sincera amistad. Bob planifica y reúne
un pequeño equipo que deberá llevar a cabo el golpe mientras él juega en la
sala al bacará. El final, irónico, muestra como el atraco es abortado por la
policía mientras Bob gana limpiamente una fortuna en la mesa y es detenido
junto con sus ganancias.
De
todos modos, quizás sea David Mamet en Casa
de juegos (House of Games, 1987)
quién lleva la transgresión de las reglas del juego, en este caso de la
confianza, a su máxima expresión en este contenido neo-noir rodado en Seattle, que cuenta una historia de timadores
protagonizada por Margaret Ford (Lindsay Crouse), una psiquiatra con una vida
anodina que acaba de publicar un libro de éxito, Driven: Obsession and Compulsion in Everyday Life. La terapeuta
atiende en su consulta a Billy Hahn, un jugador compulsivo al que matarán si no
paga una deuda de juego de veinticinco mil dólares a Mike Mancuso (Joe
Mantegna). Margaret se involucra en la situación de su paciente y esa misma
noche va al garito donde suele jugar Mike, «House of Games» en el 211 de Beaumont Street; este le aclara que
la deuda asciende solo a ochocientos dólares y que la olvidará si le hace un
pequeño favor en la partida en la que está participando. Uno de los jugadores,
George, lleva ganando toda la noche y da
el cante jugando con el anillo cuando hace un farol, Mike se ha dado cuenta
y ya no lo hace. Si Margaret le acompaña en la partida como su novia, en cuanto
Mike tenga una buena jugada saldrá con alguna excusa y ella podrá observar a
George: si se toca el anillo, Mike apostará fuerte en una jugada segura. Llega
la jugada, Mike tiene un trio de ases, George da el cante y el envite es de seis mil dólares que no tiene.
Margaret cubre la apuesta pero George gana con un color y reclama su dinero
poniendo una pistola sobre el tapete. Cuando ella está extendiendo un cheque ve
que del cañón de la pistola sale una gota de agua y se niega a pagar. Así
Margaret destapa que son una banda de timadores, establece relación con ellos y
le enseñan algunos trucos. Al día siguiente vuelve en busca de Mike para
proponerle que le enseñe como opera y escribir un estudio sobre el timo. «No me importa poner las
reglas en tela de juicio, y pienso que a ti tampoco», le dice Mike a Margaret,
y a partir de ahí ella cae en la red de un gran timo orquestado por toda la
banda, con un giro inesperado de última hora marcado por unas palabras de Mike:
«Conócete tal y como eres».
Como
vemos, el juego por el juego no tiene sentido en el cine negro, «jugar con
vosotros es como lavarse los pies con los calcetines puestos» manifiesta Danny
(Charlton Heston) en Ciudad en sombras (Dark City, 1950), de William Dieterle,
cuando dos de sus colegas del garito de apuestas que dirige —que acaba de
sufrir una redada—, le invitan a una partida para matar el rato. Otra cosa es
montar una partida para Arthur Winant, de paso por la ciudad para comprar
material deportivo con un cheque de cinco mil dólares, al que dejan ganar para
desplumarlo al día siguiente. En el cine negro el objetivo es ganar,
transgrediendo las reglas del juego. Ganar a cualquier precio.