17.10.16

EL PESO DE LOS MUERTOS, DE VÍCTOR DEL ÁRBOL

 


Víctor del Árbol. El peso de los muertos. Barcelona: Alrevés, 2016


Que el tiempo pasa es una obviedad de la que no siempre se es consciente. Se cumplen ahora once años de la primera edición de El peso de los muertos y al echar la mirada atrás me pregunto, con cierto asombro, qué hay hoy de aquel escritor y de aquel hombre. En cierto modo, soy el mismo; en cierto modo, otro muy distinto.

El peso de los muertos marcó el inicio, fue la primera vez que pude ver concretado el sueño al que aspiraba desde la niñez: ser escritor, sentirme escritor. Cierto es que escritor es quien así se siente, pero sin lectores, sin el objeto mismo del libro, no puedes sentir que el ciclo está completo. Recuerdo multitud de anécdotas, como se recuerdan los primeros besos, los primeros bailes, las primeras canciones: el premio TIFLOS concedido por la ONCE, la llamada de su presidente, la incredulidad de Lola, mi compañera, y la mía al escuchar que habíamos ganado, los gritos de alegría, el miedo a recibir una llamada diciendo que se habían equivocado. Me acuerdo de la tirada inicial que llevaba pareja la concesión del premio, quinientos ejemplares, y mi temor a no encontrar «tantos amigos» que quisieran o pudieran comprarlo. La ceremonia de entrega en la Residencia de Estudiantes de Madrid, bajo el peso de Federico García Lorca y la presencia amable de Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas, Miguel Longares, que debían de preguntarse durante el almuerzo quién era este Víctor del Árbol y de dónde salía tanta vehemencia, tanta visceralidad, al punto que, lo recuerdo perfectamente, Luis Mateo afirmó que El peso de los muertos estaba tras la estela del tremendismo español y yo, autor ignorante, no supe entender el elogio. Llegarían otros momentos, como la mañana que me citó el editor que editaba el premio y me ofreció mi primer contrato, tres mil ejemplares, mi primera Feria del Libro de Madrid con dos ejemplares firmados. Conocería a quien hoy es mi admirado amigo Jordi Canal, tendría la oportunidad de conocer el mundo de la radio gracias a la periodista Ana Hernández, vería mi hasta hoy única «Contra» en La Vanguardia gracias a Víctor Amela, quien fue tremendamente cariñoso y prudente conmigo. Se abriría un mundo nuevo, fascinante, y conocería también la cara oscura de la luna, esos espacios de sombra que también habitan el mundo de los escritores. Pero no quiero hablar de eso; hoy es motivo de celebración, porque nada me hace más feliz que ver que Editorial Alrevés, que me dio la oportunidad de volver a empezar, celebra este aniversario reeditando El peso de los muertoshasta hoy descatalogada. Sirva como homenaje a mi añorado Josep Forment, porque fue gracias a esta novela que nos conocimos. Y sirva como agradecimiento a ustedes, los lectores, aquellos que han seguido desde el principio las vicisitudes de este hombre, de este escritor, siempre a punto de arrojar la toalla en los años duros y siempre con una palabra de aliento para no hacerlo.
    Rosa Montero me dijo en una ocasión que se percibe a un escritor novel en la necesidad de morder más de lo que a veces se puede digerir. Y tal vez tenía razón. Algo de eso hay en esta historia, una necesidad ferviente de demostrar y de mostrar un mundo lleno de fantasmas. Fantasmas que hoy siguen aquí pero que he aprendido a reconocer y a llamar por su nombre. Hoy, probablemente, ya no escribiría esta historia de este modo. 
Y tal vez tenía razón. Algo de eso hay en esta historia, una necesidad ferviente de demostrar y de mostrar un mundo lleno de fantasmas. Fantasmas que hoy siguen aquí pero que he aprendido a reconocer y a llamar por su nombre. Hoy, probablemente, ya no escribiría esta historia de este modo. Y precisamente por eso, no hemos querido manipular el texto ni corregirlo más allá de algunos elementos necesarios. Con sus fallos y sus virtudes esta novela fue una declaración de intenciones. Aquí está ya mi voz narrativa, mi universo. En él me reconozco, y espero que tú, lector, en él me reconozcas. Leo algunos párrafos ahora, y pienso: tal vez soy otro, pero de alguna manera seguimos siendo aquellos que fuimos. Víctor del Árbol, 2016. Una suerte de locura lo dominaba.